Pensemos las cosas que decimos

 

“El que guarda su boca guarda su alma; mas el que mucho abre sus labios tendrá calamidad”

Proverbios 13:3

Escuchaste alguna vez esa frase, utilizada muchas veces por nuestros padres que dice: “En boca cerrada no entran moscas” u otra que dice: “El pez por la boca muere”. Bien, estos dichos populares encierran el mismo principio que el versículo de Proverbios citado.

Demás está decir, que nos conocemos demasiado a nosotros mismos y sabemos que muchas veces nuestra boca y nuestra pronta disposición a acotar alguna opinión acerca de determinadas personas o situaciones nos han llevado a un camino casi sin retorno.

La carta de Santiago dice que la lengua es un elemento que lo usamos para bendecir pero que también muchas veces la usamos para declarar maldición, y esto no debería ser así. (Santiago 3:10)

Si nos ponemos a pensar, ¿Cuántas veces hemos quedado presos de nuestras palabras? Compromisos, promesas, opiniones, comentarios, impresiones. Nuestra lengua es un arma peligrosa, que incluso sin ser conscientes de lo que decimos nos puede traer problemas.

Yo quiero animarte y desafiarte en esta oportunidad a que podamos aprender a refrenar nuestras palabras. Que cada vez que usemos esta capacidad que tenemos pueda ser con un fin y un propósito loable, pero no a nuestro criterio, sino sujeto a la voluntad y a la opinión de Dios. No permitamos que nuestra lengua nos deje presos o incluso en deuda con otros por el simple hecho de que no podemos cerrar nuestra boca. Como nos gusta tener la última palabra, pero, aprendamos que nada malo tiene quedarnos con la palabra en la boca sabiendo que si la soltamos estamos envenenando y lastimando a otros.

También como lo dice Santiago 3:11, que de mi broten palabras que sean agua dulce y no agua amarga. Que cuando la use hablando de mi hermano, honre a Dios de la misma manera que cuando la uso para orar o para cantar en su honor.

Mi oración es: Señor que mis palabras sean instrumento de edificación y de bendición.

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